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Leandro Maza ya habría estado en su casa en Argentina la noche en que fue asesinado si su vuelo no hubiera sido cancelado debido al coronavirus.

En cambio, estaba en el jardín enfrente de una casa en el centro de Long Beach, en medio de una pelea entre una familia que le alquilaba una habitación y el novio de la hija de la familia, Edson Rufino, que sostenía un cuchillo de cocina.

Maza, quien recientemente se había comprometido en matrimonio,y previamente había estado de vacaciones en los Estados Unidos, parecía haber sido empujado al suelo por el novio. Pero cuando Maza se levantó, una flor de sangre comenzó a formarse en su camisa, dijeron testigos.

El hombre de 31 años cayó al suelo nuevamente. Había sido apuñalado en el corazón.

Desde entonces, Rufino ha sido acusado de asesinato, entre otros delitos, en relación con la muerte de Maza el 2 de abril. Se declaró inocente en una audiencia el 21 de abril y, a principios de julio, un juez ordenó a Rufino ser juzgado.

Su defensor público, Kevin McGurk, declinó hacer comentarios más allá de decir que Rufino estaba actuando en defensa propia.

Mientras tanto, la familia de Maza ha quedado en el limbo, primero por el coronavirus, que los mantuvo en los Estados Unidos más allá de su estadía prevista, y ahora por el resultado de un juicio por asesinato que puede llevar años resolver.

“Nos queremos ir y no nos queremos ir”, el padre de Maza, Héctor, dijo sobre  regresando a su hogar en Mar del Plata, Argentina. “Si nos iban a llevar va quedar todo en la nada  y yo lo que yo quiero es que esto sea una justicia para mi hijo”.

Hector Maza, left, came to American for a vacation with his son, Leandro Maza, who was killed in Long Beach April 2. Maza and his son’s fiancée Daniela Gonzalez, right, were able to return to Argentina in early May. Photo by Thomas R. Cordova.
 ‘los días más felices’

Maza, conocido como Leo por sus amigos y familiares, había venido aquí en noviembre con su padre para explorar los Estados Unidos, con Long Beach como su base de operaciones.

La novia de Maza, Daniela González, se unió a ellos a mediados de febrero, cuando ella y Maza alquilaron una habitación juntos en una casa en el centro de Long Beach. El 8 de marzo, la pareja condujo a Las Vegas, donde Maza propuso frente a la fuente del Hotel Venitian.

Pocos días después, el estado emitió órdenes extensas de quedarse en casa. Los negocios cerraron. El vuelo de regreso a casa de la familia el 23 de marzo fue cancelado.

Héctor Maza y González estarían varados aquí hasta principios de mayo mientras esperaban que abrieran los vuelos para que el cuerpo de Maza pudiera volar a su hogar y ser enterrado en su país de origen. Sin dinero, confiaron en la ayuda de conocidos que habían conocido en sus viajes y la asistencia del consulado argentino.

“Hamas en mi vida me hubiera imaginado que hubiera fallecido”, dijo Gonzalez. “Yo siempre pensé–porque si lo vez, era gigante, era un hombre fuerte, era un oso–es imposible pensar de que te lo haya matado alguien así.”

Maza, un mecánico de oficio, quería abrir su propia tienda de automóviles. Su padre lo llamó “un tipo saludable” que recibió una buena educación y nunca se involucró con las multitudes.

Maza y su padre llegaron a Estados Unidos en noviembre. El padre de Maza, un enfermero de una clínica de rehabilitación, se lamentó de que no tenía suficiente tiempo para pasar con su hijo y vio el viaje como una forma de conectarse. Cada uno ahorró durante un año para despedirse del trabajo y hacer el viaje.

“Estábamos viviendo los días más felices de nuestra vida porque empecé a conocerlo, empecé a conocerlo a la edad que tenía, 31 años,” dijo Hector.

“Dios, qué está pasando”

Cuando llegó la novia de Maza, que solo recibió un mes de descanso de su trabajo de seguridad en una prisión, ella y Maza alquilaron una habitación juntos de una mujer llamada Vilma Figueroa cerca del bulevar Long Beach y calle 21.

En la noche de su muerte, Maza estaba tratando de ayudar; su padre dijo que es lo que siempre hacía. Ayudaba a extraños a un lado de la carretera y, a menudo, reparaba autos de amigos sin costo alguno.

La oficina del fiscal de distrito, en un comunicado de prensa en abril, describió a Maza como un “buen samaritano” que intentó intervenir.

Figueroa dijo a través de un traductor en una audiencia en la corte de julio que llegó a casa del trabajo el 2 de abril para encontrar a su hija Nicole Rivera, de 19 años, y su novio, Rufino, de 19 años, contra quienes tenía una orden de restricción.

Figueroa dijo que Rufino se rió cuando dijo que estaba llamando a la policía.

González, mientras tanto, dijo que estaba cocinando la cena. En algún momento, el hijo adulto de Figueroa, Dennis Herrera, también había llegado a casa del trabajo y comenzó a discutir con Rufino, diciéndole que saliera de la casa, pero también tratando de asegurarse de que no se iría con su hermana antes de que la policía llegara allí.

González dijo que Rufino agarró el cuchillo que estaba usando para cocinar y comenzó a amenazar al grupo.

Figueroa testificó que Rufino la empujó entre los arbustos mientras corría afuera con el cuchillo. Herrera y Maza lo siguieron mientras Herrera continuaba discutiendo con Rufino.

Maza intentó apelar a la hija adolescente, diciéndole que necesitaba respetar a su madre después de haber estado trabajando todo el día. La hija, Rivera, le gritó que se ocupara de sus propios asuntos cuando su novio amenazó a su hermano y a Maza con el cuchillo.

Su madre gritó: “Dios, ¿qué está pasando?” Ella volvió a llamar al 911 y les dijo que Rufino tenía un cuchillo.

Herrera testificó que Rufino se escapó con su hermana por un callejón, todavía sosteniendo el cuchillo. Herrera y Maza lo siguieron, y en el camino Maza recogió un pequeño tubo de metal en un callejón.

A cuadras de distancia, Rufino corrió dentro de una casa al azar cerca de Avenida Linden y Calle 20 con el cuchillo.

La familia adentro se dispersó a diferentes habitaciones haciendo barricadas. Herrera dijo que trató de mantener a Rufino en su lugar sosteniendo la puerta de entrada hasta que llegara la policía. Rufino gritó: “Voy a ir a la cárcel”, con la cabeza entre las manos, dijo Herrera.

Temeroso de que Rufino intentara encontrar otra habitación para escapar, posiblemente lastimando a la familia que estaba adentro, Herrera abrió la puerta.

Herrera, Rivera y Rufino convergieron en el jardín de enfrente cuando Maza lo alcanzó.

“Todos están gritando”, recordó Herrera.

Herrera pensó que Rufino empujó a Maza al suelo, así que agarró el tubo que Maza había dejado caer y golpeó a Rufino en la cabeza con ella. Maza se levantó brevemente y gritó “Dennis” antes de desmayarse.

Herrera testificó que Maza nunca usó el tubo de metal con nadie, aunque un detective más tarde diría en la audiencia de la corte de julio que Rivera le dijo esa noche que la roncha en su cabeza era de un golpe propinado con ese tubo.

Después de que Maza se derrumbó, Rufino y Rivera huyeron. Más tarde, la policía los encontró en un Jeep Cherokee con Rufino escondido debajo de una manta en el asiento trasero.

‘Se me fue ahora’

Pasarían horas antes de que González supiera que su prometido estaba muerto.

Observó a los agentes poner cinta policial alrededor de la casa de Figueroa. Cuando preguntó qué pasó, un oficial le dijo que era solo para que los curiosos no se acercaran demasiado.

“Disculpame, le digo, pero en Argentina cuando hay cintas de seguridad porque fallece una persona,” ella recordó.

Tenía que transmitirle la noticia al padre de Maza.

“Lo estaba conociendo,” dijo Hector Maza. “Estaba recuperando el tiempo perdido que tuve, y bueno, se me fue ahora.

“Encima, la madre me dice, ‘Cuidense, cuidamelo, que no le pase nada,’ y yo se lo llevó en un cajón. Me siento culpable porque yo le prometi, ‘yo te lo prometo que lo voy a traer, dejame de joder, no me jodes. Leo se va venir conmigo.”

También pasarían días antes de que pudieran verlo debido a las restricciones impuestas durante la pandemia de coronavirus.

No fue sino hasta una semana después en una funeraria local que pudieron verlo, embalsamado y preparado para ser enviado de regreso a Argentina. Le trajeron ropa para que se vistiera y se despidieron por última vez.

Yendo a casa

Cuando las noticias de su muerte circularon, una familia con la que Leo se había hecho amigo de un club de automóviles se acercó a Héctor y González y les ofreció dejarlos quedarse en su casa en Moreno Valley durante el tiempo que necesitaran. El consulado argentino organizó asistencia alimenticia.

Más complicado aún por la pandemia, Héctor Maza y González tuvieron que descubrir cómo llevar el cuerpo de Maza a casa. Inicialmente establecieron un GoFundMe para recaudar dinero, pero pudieron trabajar con el consulado para llevarlo a casa el 1 de mayo.

Después de eso, esperaron una llamada del consulado diciéndoles que estarían en uno de los pocos vuelos mensuales a Argentina. Después de varias semanas, recibieron una llamada y llegaron a casa unos días después del cuerpo de Leo.

Leo fue enterrado en un cementerio de Mar del Plata el 18 de mayo, después de que Héctor Maza y González terminaron una cuarentena de dos semanas. Amigos y familiares extendieron una vigilia fuera de las puertas del cementerio, ya que solo 10 miembros de la familia podían ingresar al cementerio para el entierro.

González todavía está esperando que la policía le devuelva su teléfono cuando termine la investigación. Ella quiere sus fotos y videos de Leo.

“No quiero perderlo. Es lo único, los recuerdos que tengo”, ella dijo. “Más allá de todos los recuerdos, yo tengo los WhatsApp con él, los mensajes, su voz  y eso, no se, es algo que necesito seguir escuchando para no olvidarme de él”.

Ahora en casa, la familia se preocupa por lo que sucederá en el caso de asesinato: quieren justicia.

A pesar del argumento del defensor público de que la muerte de Maza fue en defensa propia, un juez de Long Beach en julio descubrió que había pruebas suficientes para retenerlo a juicio.

Si es declarado culpable en el caso de Leo Maza, Rufino enfrenta una posible sentencia máxima de cadena perpetua.

“Lo único que pedimos es que se haga justicia por mi hijo y si hay que pelearla, la vamos a pelear pero la vida de mi hijo aquí no va quedar,” dijo Hector.

Traducido por Stephanie Rivera

Valerie Osier is the Social Media & Newsletter Manager for the Long Beach Post. Reach her at [email protected] or on Twitter @ValerieOsier

Stephanie Rivera is the community engagement editor. Reach her at [email protected] or on Twitter at @StephRivera88.