Rosa Elena Manjarrez Hernández caminaba a su casa después de desayunar con una amiga cuando vio a un joven delgado vestido de negro que caminaba hacia ella. Cuando sus caminos se cruzaron en la tranquila banqueta residencial, el joven enloqueció.

Tiró al suelo a la mujer de 63 años de Long Beach y comenzó a pisotear su cabeza. Mientras ella yacía inmóvil, él agarró una patineta eléctrica Bird de 30 libras que estaba estacionada cerca de ahí, la elevó sobre su cabeza y la arrojó sobre ella con tanta fuerza que la columna del manubrio se rompió.

Un testigo atónito saltó de su auto y gritó. El atacante simplemente levantó la mirada y continuó lanzando más golpes.

“Parecía que no sentía nada”, el conductor diría más tarde a la policía de Long Beach, “como si no sintiera dolor ni miedo, ni preocupación. Simplemente sabía: ‘Esto es lo que tengo que hacer, esto es lo voy a hacer y lo haré hasta que sienta que he terminado'”.

Y cuando finalmente termino, corrió, el bolso de Rosa todavía colgaba de su hombro. El crimen fue tan brutal y extraño que llegó a los titulares internacionales.

Manuel Hernández sentado en su habitación sosteniendo una foto de su esposa, Rosa Elena Manjarrez Hernández, el 1 de agosto de 2019. Foto de Thomas R. Córdova.

Las autoridades dijeron que Rosa fue asesinada al azar por un hombre que no conocía, a solo tres cuadras de una pequeña casa color verde lima que había compartido durante tres décadas con su esposo, Manuel.

Esa tarde de mayo, Manuel llegó a casa donde le esperaba el almuerzo que Rosa le había preparado. Comió solo, esperando el regreso de su esposa, preguntándose dónde podría estar.

Su presunto asesino, Amad Rashad Redding, pronto sería arrestado en una tienda de conveniencia Circle K cercana, sin mostrar indicios de la feroz violencia que se le acusó desatar. El nativo de Luisiana de 27 años apenas había vuelto a salir a la calle y sin hogar en Long Beach.

El asesinato, por supuesto, dejó devastados a la familia y a los muchos amigos de Rosa. Pero también provocó una ola de búsqueda del alma en Luisiana, donde Amad había sufrido una caída en espiral por una enfermedad mental.

En la investigación del caso que duró meses, el Long Beach Post descubrió que 16 meses antes del asesinato de Rosa, Amad había estado en prisión al menos cuatro veces y había sido internado involuntariamente en diferentes hospitales psiquiátricos de Luisiana.

La familia de Amad, su jefe, incluso desconocidos dicen que lo presionaron para que consiguiera ayuda antes de que quedara fuera de su alcance. Parecía deslizárseles entre sus dedos mientras iba de un lado a otro entre cárceles y hospitales psiquiátricos. Hay quienes se preguntan ahora si se hubiera podido hacer más para ayudar al talentoso joven artista que pertenecía a una familia acogedora antes de que se le acusara de asesinato.

En retrospectiva, nadie parecía haber comprendido totalmente las profundas luchas que lo llevaron a las calles de Long Beach.

“Las cosas simplemente se salieron de control”, dijo una de sus hermanas.

Un futuro brillante se desvía hacia la oscuridad 

Opelousas es el tipo de ciudad donde, como lo expresó un residente, todavía te invitan a la carne asada de una familia a pesar de haber terminado hace años tu relación con uno de sus parientes. Aunque Opelousas tiene una población de solo unos 20 000 habitantes, es la ciudad más grande en kilómetros a la redonda del sur del centro de Luisiana rural.

Amad, uno de 12 hermanos, creció en una casa de la calle principal de Opelousas, justo frente a una casa de empeño y a una corta distancia a pie de la estación de policía local. Su padre, un veterano militar y abogado, murió cerca del nacimiento de Amad. Su madre siguió brindándoles una vida cómoda. Administraba un restaurante y vendía comida desde su casa.

Amad era el hijo más pequeño. Él y su hermana menor fueron los dos últimos hermanos en vivir en casa. “Era un niño muy protegido. Era un niño muy mimado”, recuerda cariñosamente su hermana Annie. “La verdad es que Amad estaba un poco demasiado consentido”.

Se le enseñó a ser cariñoso y respetuoso, incluso de joven seguía acudiendo a la iglesia con su madre. También le encantaba hacer reír a su familia. Sus pequeños sobrinos y sobrinas esperaban con ansias ver a su tío Amad. Pasó un verano haciendo videos divertidos para YouTube con su mejor amigo.

En la secundaria de Opelousas, Amad de un metro ochenta de altura y ochenta kilos de peso destacaba en la pista de los Tigres y en los equipos de fútbol. Después de su graduación, fijó su mirada 60 kilómetros al este de Baton Rouge, hogar de la Universidad del Sur, donde obtuvo un lugar por mérito en el equipo de atletismo.

Viajaba desde la casa de su madre hasta la universidad que se encontraba a una hora de Opelousas hasta que consiguió un departamento en Baton Rouge.

Un alegre cartel pintado en el camino en el centro de Opelousas, Luisiana. Foto de Michael Democker.
Un alegre cartel pintado en el camino en el centro de Opelousas, Luisiana. Foto de Michael Democker.

Annie dice que comenzó a animar a su hermano a imaginar un futuro más grande, uno con nuevos lugares, nuevas experiencias, nuevos amigos. “Si no te separas del vecindario, el lugar en el que creciste y donde todos te conocen, si no te separas de eso, te puede consumir”, le decía.

Annie, una oficial comisionada de la Guardia Nacional, también le plantó la idea de que considerara enlistarse también, cosa que finalmente hizo.

El potencial de Amad también llamó la atención de una profesora de arte de la Universidad del Sur.

Addie Dawson-Euba dice haber visto algo excepcionalmente intenso en sus pinturas abstractas para sus clases de introducción. La forma en que usaba los colores y las formas atrevidas e intensas parecía como si “hubiera voces en su interior hablándole”, dice.

Lo alentó a ingresar a una muestra de arte estudiantil y en poco tiempo obtuvo la oportunidad de exhibir su trabajo en una galería de Nueva Orleans. El periódico local lo destacó en una historia titulada: “Estudiante deja los zapatos deportivos y levanta el pincel”.

“Siento que es parte de mí”, dijo Amad acerca de su arte. “Quiero que la gente sepa quién soy, solo quiero [hacerles] saber que son una persona real y genuina”.

Le dijo al periódico que aunque su mamá no estaba encantada con la idea de convertir su casa en un desordenado estudio de arte, la escuchaba por teléfono presumiendo sus pinturas con sus amigas.

A pesar de que Amad había encontrado un nuevo sentido de propósito, Dawson-Euba dice que a veces lo veía distraerse en clase. ¿Estás escuchando? le preguntaba.

“Él me miraba y decía: ‘Sí, maestra’. No sé a dónde se iba”, recuerda la maestra, “pero podía ver que en su mente, estaba en otro lugar completamente diferente”.

Amad Redding con las pinturas que hizo durante su tiempo en la Universidad del Sur en Baton Rouge. Foto de Freddie Herpin, cortesía de Scott Clause del Daily Advertiser.

Sin embargo, muy pronto, este comportamiento tomó un giro tangiblemente más amenazador.

Amad seguía en la universidad cuando otra de sus hermanas dice haber visto una foto publicada en las redes sociales muy tarde por la noche. La imagen era profundamente confusa y preocupante, dice la hermana, quien pidió que se le llamara Jill. En ella, Amad parecía estar en la parte de la trasera de una ambulancia, donde los médicos usaban una especie de aparato para mantenerlo caliente. Estaba oscuro y parecía haber agua al fondo.

Preocupados, la familia intentó comunicarse con Amad, pero no lo lograron. No fue hasta horas más tarde que una enfermera del hospital llamó para explicar. Dijo que Amad había sido visto a lo alto de un dique cercano al campus. Estaba peligrosamente cerca de la orilla cuando la policía logró hacerlo bajar.

“Si se hubiera caído, nunca hubiéramos encontrado su cuerpo”, dice Jill, quién sospecha que fue uno de los paramédicos quien subió la foto.

En la escena, los oficiales le dijeron a Amad que técnicamente estaba invadiendo propiedad privada. Le dijeron que o iba a la cárcel o al hospital, según reporta su hermana Annie. Aunque Annie dice que no sabe exactamente cuánto tiempo estuvo Amad en el hospital, recuerda que fue dado de altas con medicamentos para tratar el trastorno bipolar.

A menudo reservado, Amad no hablaba con su familia sobre lo que ocurrió en el hospital. Según Annie, tenían que sentarlo en un lugar tranquilo para obligarlo a decirles algo.

“Hubo momentos en los que Amad decía que estaban sucediendo cosas en su cabeza que no podía entender”, dice.

Un matrimonio de ensueño 

La unión de Rosa y Manuel Hernández parecía de cuento de hadas.

Los dos crecieron en un pueblo mexicano llamada Campanillas, escondido en las montañas de Sinaloa al que se llagaba por un camino de tierra. Su población consistía de unas 15 familias. De niños, Rosa y Manuel iban a la misma pequeña escuela del pueblo, pero en aquel entonces no se conocían particularmente bien.

La vida era difícil en Campanillas. Las familias trabajaban en granjas y vendían productos básicos en sus hogares para sobrevivir. En 1980, Manuel y un grupo de amigos emigraron a Long Beach buscando nuevas oportunidades.

Rosa se quedó en el pueblo, negándose a dejarse vencer por las dificultades. En las fiestas de la vecindad, bailaba y cantaba y arrastraba a los demás a participar. Recolectaba comida y ropa para los necesitados. También criaba a su joven sobrina, quien se volvió más como la hija de Rosa.

“Me dio todo lo que tenía”, dice Linda Lorena López Manjarrez, la sobrina.

Pero cuando Rosa tenía unos 30 años, decidió irse a Long Beach también, esperando ganar dinero para enviar a sus familiares. Aún así, se mantuvo cerca de sus raíces. Rosa y Linda hablaban por teléfono todos los días y, una vez que sus papeles estuvieron en orden, visitaba con frecuencia a sus padres en Campanillas.

Ahora, compartiendo el mismo pueblo por primera vez en una década, Manuel y Rosa se rindieron a la insistencia de sus amigos de conocerse y salir a bailar. En unos pocos años, se casaron.

“Allá fue donde creció su amor”, dice Linda de Long Beach.

Manuel y Rosa juntos en una foto sin fecha. Foto cortesía de Manuel Hernández.

En su vida juntos, Rosa pasó de un trabajo a otro, sin perder tiempo en ningún lugar donde parecía no encajar, pero el empleo de Manuel era estable. Hacía trabajos de mantenimiento para una persona que tenía departamentos en la zona.

Rosa y Manuel parecían tener amistad con esa persona, que cuando murió les dejó una casa de dos habitaciones frente al parque Ramona en el norte de Long Beach. Aunque el hogar era pequeño, era perfecto para Rosa y Manuel que no tenían hijos. Colocaban una foto del fallecido jefe de Manuel en un lugar destacado en una mesa debajo de la venta de la sala.

Sin hipoteca ni renta, la pareja podía arreglárselas con el salario de Manuel. Así que Rosa, de 50 años, pasó el tiempo cuidando de su esposo y de su hogar y manteniéndose más sociable que nunca.

Rosa no conducía, así que casi siempre la llevaban o caminaba a todos lados, lo cual es fácil en un vecindario donde podía visitar a muchos amigos caminando por su cuadra.

“Era una mujer muy feliz”, dice Linda, “muy querida”.

“Él necesita ayuda” 

Al otro lado del país, la vida era más turbulenta para la familia de Amad que buscaba formas de guiarlo después del desconcertante incidente del dique.

Annie, la hermana de Amad, contactó a un conocido en un hospital psiquiátrico y le pidió que viera a Amad mientras que la familia resolvía detalles de su tratamiento a largo plazo.

Amad sabía que tenía algo dentro que estaba mal, recuenta Annie. “No entendía lo que le estaba sucediendo”. Aún así, no asistió a su cita, dijo.

Una vez, cuando Amad asistió a una sesión de terapia diferente, juró que nunca regresaría. Esa gente está loca, le dijo a Annie y a su mamá.

Con el paso de los meses, Amad se fue poniendo cada vez peor, lo que provocó más encuentros con las fuerzas del orden y estancias en centros psiquiátricos.

Un indicio desconcertante de sus problemas llegó la noche del 26 de enero de 2018, cuando Amad arremetió contra su hermana menor, con quién siempre se había llevado bien, que había sido su protector, según comentarios de Annie.

Habían estado discutiendo sobre algo insignificante, una lata de refresco cuando supuestamente Amad golpeó la cara de Annie con la mano abierta. Después, se fue al cuarto de lavado y regresó con una pistola de 9 mm con la que supuestamente le apuntó.

A pesar de que Amad negó haber apuntado una pistola, la policía lo detuvo luego de que su hermana les enseñara el arma. Amad no fue acusado por este incidente.

Menos de dos meses después hubo más problemas.

Eran alrededor de las 11:15 p. m. cuando la mamá de Amad escuchó disparos fuera de su casa que no paraban y que se iban acercando. De pronto, se dio cuenta que era su hijo quién disparaba y llamó al 911.

Según un informe policial del incidente, Amad había estado disparando de forma alocada y las balas habían dado en la casa de empeño al otro lado de la calle. Una bala atravesó la ventana delantera, otra dio en un tubo de drenaje y dos atravesaron los paneles. Nadie resultó herido.

La empleada de la casa de empeño Dupre, Andrea Carrol, señala la ventana de la tienda cerrada frente a la casa de Amad Redding por donde entró una bala el año pasado. Foto de Michael Democker.

Los policías encontraron a Amad debajo de su casa con una pistola y municiones Smith and Wesson. Antes de que los policías lo detuvieran, la madre de Amad les dijo que necesitaba ayuda psiquiátrica. Más tarde fue liberado e inexplicablemente los cargos no se presentarían por más de un año.

Según la familia, Amad comenzó a entrar y salir de centros de hospitalización y su comportamiento errático e impredecible se intensificó, lo cual finalmente atrajo el escrutinio de sus superiores en la Guardia Nacional de Luisiana.

Cerca de un mes después del episodio de la casa de empeño, Amad se acercó a Shawn Tucker, el gerente de ventas de un lote de autos usados en Lafayette y le dijo que quería probar un Dodge Charger negro. Tucker le dijo que esperara mientras iba por su teléfono a la oficina.

En lugar de esperarlo, Amad se fue sin él y no regresó. En el lote, había dejado su viejo Jeep con sus llaves y documentos de la Guarda Nacional. Tucker logró contactar al sargento de Amad por teléfono, y durante dos días, los dos hombres intentaron, sin éxito, convencer a Amad para que devolviera el automóvil.

Bargain Cars en Lafayette, Luisiana, donde Amad Redding, según los informes, se fue conduciendo un Dodger Charger durante una prueba de manejo en abril de 2018. Foto de Michael Democker.

Cuatro o cinco veces, Amad acordó reunirse con Tucker en una gasolinera o estacionamiento diferente. Amad nunca se presentó. Finalmente, Tucker lo vio al volante, alejándose del último punto de reunión acordado y lo siguió, llamándolo hasta que respondió.

Tucker convenció a Amad de regresar al lote, donde la policía lo rodeó. Tucker les dijo a los policías que no quería presentar cargos. Solo quería que Amad se sometiera a algún tipo de evaluación mental por parte de los paramédicos.

“El tipo solo tiene problemas”, dice Tucker que le dijo a los policías. “Necesita conseguir ayuda”.

Pero Amad, callado y distante, dijo que no quería ningún tratamiento de los paramédicos y le permitieron tomar su Jeep e irse, según dijo Tucker.

Los oficiales de la Guardia Nacional, mientras tanto, habían alertado a los superiores de Amad sobre el extraño incidente. Fue parte de un patrón de comportamiento preocupante de Amad, dice el coronel Ed Bush de la Guarda Nacional.

Los miembros de la Guardia, a quienes se les llama a menudo “guerreros de fin de semana” sirven a medio tiempo, pero pueden ser convocados a actuar por los gobernadores del estado quienes controlan sus operaciones, o por el gobierno federal en emergencias nacionales. Los simulacros de capacitación mensuales son un aspecto importante cuyo fin es que los miembros de la guardia estén listos para el servicio, y Amad se había faltado a algunos de ellos mientras estuvo bajo custodia policial, según explicó Bush. También había estado involucrado en incidentes de empujones y embestidas durante el entrenamiento.

Amad Redding in his national guard uniform. Photo taken from Redding's Facebook.
Amad Redding en su uniforme de la Guardia Nacional. Foto del Facebook de Redding.

El punto de crítico llegó cuando Amad y sus compañeros de la guardia entrenaban en Camp Shelby en Mississippi, según una persona familiarizada con sus registros de servicio. Según los informes, Amad tuvo una discusión inducida por paranoia con uno de los soldados.

Los superiores de la Guardia Nacional decidieron que era hora de actuar. Lo llevaron a un hospital cercano, donde el personal concluyó que la afección de Amad era muy grave y le pidieron a un juez que lo ingresara involuntariamente a un hospital psiquiátrica del estado.

Cuando Amad llegó, estaba paranoico, letárgico y hablaba en vagos susurros, según una fuente que revisó los registros médicos de Amad. Pero a los pocos días, los médicos escribieron que los síntomas habían disminuido. Lo dieron de alta con un diagnóstico de personalidad no especificada y trastornos de adaptación. Le dieron medicamentos para tomar en casa, pero no está claro si se le ofreció continuar con un tratamiento de salud mental.

A pesar de ver las piezas perturbadoras del deterioro de Amad, sus hermanas dicen que no habían entendido la magnitud de lo que estaba pasando porque todavía lo veían actuando de la misma forma cariñosa de siempre.

En junio del año pasado, por ejemplo, solo semanas antes de que los oficiales de la Guardia Nacional lo enviaran de forma involuntaria al hospital psiquiátrico, Amad asistió a la boda de su hermano. Fue acompañado. Bailó. Se tomó fotos con su familia.

“No había nada que nos hiciera pensar que él estaba mal”, dice Annie.

Sin embargo, para principios de 2019, sería cada vez más claro que el deterioro de Amad ya no era gradual. Parecía ir en caída libre.

Pasando por cárceles y hospitales 

La casa de la familia de Amad se incendió la noche del 21 de enero.

El daño fue catastrófico, que dejó prácticamente un cascarón carbonizado. Afortunadamente, no había nadie dentro. Pero los bomberos le dijeron a Jill, hermana de Amad, que se habían encontrado a su hermano fuera actuando de manera extraña.

“Dijeron que intentaba entrar a la casa”, recuerda Jill. “Dijo que intentaba entrar a la casa por su ropa o algo y tuvieron que detenerlo para que no lograra entrar”.

Los restos carbonizados de la casa de la familia Redding fotografiada por su vecino, el Dr. Richard McCready después del incendio de enero de 2019. Foto de Michael Democker.

Según los informes, Amad también se incriminó. Les dijo a los bomberos que había estado jugando con gasolina en el comedor cuando lo vertió sobre sus manos y provocó el incendio, según el informe del investigador de incendios intencionales.

Amad fue llevado al hospital Lafayette donde le trataron quemaduras de tercer grado en sus manos. Después fue transferido a un pequeño hospital psiquiátrico en Nueva Orleans, donde su familia esperaba que alguien pudiera descubrir lo que le estaba pasando.

En este lugar, Jill dice, Amad le dio diferentes versiones del origen del incendio. Dijo que estaba comiendo en la mesa del comedor cuando una explosión inexplicable al frente de la casa le golpeó por detrás.

Pero Jill también había estado hablando con los médicos de Amad. Por primera vez, le dijeron que, además de tener otros problemas de salud, pensaban que su hermano tenía esquizofrenia, una enfermedad que generalmente se manifiesta entre finales de la adolescencia y a principios de los 30. Dice que le aseguraron que el “estaría bien una vez que comenzara a tomar sus medicamentos”.

Jill desea que se hubieran mostrado más alarmados. “No nos dijeron lo grave que era”, dice.

Es más, cualquier optimismo de que Amad estaba ahora en buenas manos y que estaba mejorando y seguro, pronto se desvanecería. Cuando Jill llamó al hospital para saber las últimas noticias, una enfermera le dijo que Amad se había ido.

Había sido arrestado por la oficina estatal del jefe de bomberos, quienes dicen haber actuado solo después de que el hospital dijera que estaban a punto de darlo de alta. La familia de Amad sostiene que le dejaron de dar tratamiento demasiado pronto, lo que provocó una espiral descendente con consecuencias irreversibles.

“No deberían haberlo dejado salir de ese hospital”, dice Annie, su hermana.

El periódico local, que solo un par de años antes había anunciado la transición de Amad de atleta a artista, ahora escribía de él como un presunto pirómano.

El juez que firmó la orden de arresto de Amad era conocido por la familia. Jill dice que su mamá se enfrentó al juez, diciéndole que habían arruinado cualquier posibilidad de que Amad se recuperara. El juez declinó hacer comentarios cuando el Long Beach Post lo contactó.

Los registros judiciales muestran que la fianza de Amad fue de $5000 la cual fue cubierta por un fiador. Poco después de su liberación, Amad trato de disipar las preocupaciones de su familia diciéndoles que no se preocuparan, que había conseguido una habitación de un hotel para bañarse y dormir un poco.

Una chaqueta de la Guardia Nacional en los restos arrasados de la casa quemada de Amad Redding en el 527 South Main Street en Opelousas, Luisiana. Foto de Michael Democker.

Esa noche, un oficial de policía detuvo su auto en un estacionamiento de un centro comercial a las afueras de Opelousas, una zona con un pequeño grupo de moteles. En el estacionamiento, el oficial encontró a un hombre vestido de negro.

Desde la estación de policía de Opelousas, el mayor Mark Guidry monitoreaba la situación. Cuando escuchó el nombre de Amad durante la interacción, se puso en contacto con el oficial para advertirle que este era el mismo hombre, acusado de incendiario, que había sido liberado ese mismo día.

Amad le dijo al oficial que estaba “sintiendo tendencias violentas contra sí mismo y contra los demás” según el informe del policía sobre el encuentro.

Habiendo estado libre por solo unas horas, Amad fue llevado nuevamente a un centro psiquiátrico ubicado 100 kilómetros al sureste de Houma, Luisiana. Le dieron medicamentos para la esquizofrenia y depresión mientras que el personal intentaba verificar su dirección para determinar el mejor lugar donde enviarlo, según indican los registros policiales.

Pero para el octavo día, aparentemente Amad estaba harto de esperar. El departamento del sheriff local dice que rompió un pestillo de la puerta de su habitación que conducía al techo e intentó abrirse paso hacia la libertad pateando las baldosas. Cuando los oficiales llegaron, encontraron a Amad aferrado a las vigas y lo detuvieron.

Nuevamente, Amad pasó de un hospital psiquiátrico a una cárcel. Pasó casi seis semanas en el encierro de la Terrebonne Parish sin ser transferido a un centro de tratamiento, según los registros del departamento del sheriff.

“No hay hospital a donde mandarlo”, bromeó sarcásticamente un funcionario de la policía. “Bienvenidos a Luisiana”.

Otros empleados de las fuerzas del orden y defensores de la salud mental en el estado comparten esta misma apreciación.

Durante la última década, dos grandes hospitales en el centro y sur de Luisiana cerraron cuando el estado redujo por cientos de millones de dólares el presupuesto para la atención médica y la educación superior, según el afiliado local de la Alianza Nacional sobre Enfermedades Mentales.

“Esto limitó severamente el número de camas disponibles para la gente con enfermedades mentales”, dice Anthony Germade, director ejecutivo de NAMI Luisiana.

El 27 de marzo, Amad fue liberado y el asunto penal fue retirado, mientras que los fiscales del condado de Terrebone buscaban más información sobre el daño que había causado en el centro y determinar si debería enfrentar cargos por delitos menores.

Mientras tanto, su preocupada familia seguía decidida a ayudar.

Uno de los hermanos de Amad, un camionero, condujo hasta Luisiana para recogerlo de la cárcel. Planeó llevarlo a su casa en Florida, para poder vigilarlo, según dice su hermana Annie, quien pensaba tomar la responsabilidad cuando su hermano saliera a trabajar.

Pero Amad tenía un plan diferente. Quería ver a su hijo en California.

Sin hogar en Long Beach 

“¿Qué?” Annie recuerda haber pesando. ¿Amad podría realmente haber tenido un hijo y nunca mencionarlo? Hizo las cuentas rápidamente en su cabeza. Tal vez había conocido a una mujer 18 meses antes, durante su entrenamiento en la Guardia Nacional?

No importa, a los pocos días Amad estaba en un autobús rumbo a la costa.

La familia, escéptica con respecto a la historia de visitar a su hijo en California, le llamaban todos los días para asegurarse de que estuviera bien. Cada vez, Amad les decía que todo estaba bien.

“Decía: ‘Estoy en un departamento viendo dibujos animados con mi hijo'”, recuerda Annie que su hermano le dijo.

Amad también les pedía del dinero que había dejado en casa con su familia, cerca de $5000 que había ahorrado de su sueldo de la Guardia Nacional y de declaraciones de impuestos, según Annie. Se lo enviaban cada vez que el les decía que lo necesitaba. Pero el dinero se terminó rápidamente.

Primero pidió $500, luego $600, luego llamaba de nuevo y decía que necesitaba un teléfono nuevo.

“Le enviábamos dinero, pero nos preguntábamos cómo gastaba tanto dinero en un día o dos”, dice Annie. “En unos ocho días, más o menos, le habíamos mandado casi $4000”.

Lo que su familia no sabía, era que Amad estaba durmiendo en la acera, fuera de un gimnasio conocido como The Camp en un centro comercial de Long Beach ubicado en el Artesia Boulevard. Mas allá de la palabra de Amad, no había evidencia de que tuviera un hijo pequeño, ni de que pasara despreocupadas tardes viendo dibujos animados.

Los empleados de una tienda cercana dicen que veían a Amad Redding dormir en este rincón del centro comercial cerca del gimnasio The Camp en 3345 E. Artesia Blvd. en Long Beach. Foto de Thomas R. Córdova.

Amad había estado alrededor de The Camp tanto tiempo que los clientes habituales lo comenzaron a notar. A unas cuantas tiendas del gimnasio, una mujer que trabajaba en una tienda de cambio de cheques le dijo a su hermano que tuviera cuidado con el hombre sin hogar, sin camisa y con zapatos deportivos rojos. Algo le parecía extraño.

Pero Marlene Bonner vio algo más. Amad tenía aproximadamente la misma edad que su hijo, según los empleados del gimnasio que frecuentaba Bonner. Para ella, Amad parecía ser demasiado joven como para que no tener vivienda fuera su única opción, y no le parecía estar drogado, le diría más tarde a la policía.

Cuando Bonner le preguntó a Amad sobre su familia, él le dijo que su casa se había incendiado y que todo lo que le quedaba estaba en su mochila.

En el trascurso de la semana, le diría a la policía, los dos hablaron durante unos 45 minutos. Ella le dio otra mochila, llena de artículos que pensó le serían de utilidad: unas camisas polo, los pantalones viejos de su hijo, desinfectante para manos, un diario. También le ayudó a solicitar una tarjeta EBT, le consiguió una habitación en un motel y le dio algo de efectivo.

“Hice esto”, dijo Bonner, “porque quería humanizarlo”.

Pero tenía sus límites, le diría más tarde Bonner a la policía. Cuando Amad le mandó un mensaje de texto diciéndole que tenía hambre y sed porque había perdido su tarjeta EBT, Bonner le dijo que tenía que ser más responsable y que esta vez tendría que valerse por sí mismo.

Mientras tanto cuando conversaba con su familia, Amad seguía ocultando la realidad de su vida en las calles de Long Beach.

El 12 de mayo, Día de las Madres, Jill y Amad hablaron por teléfono. Amad le dijo que todo iba bien, que incluso tenía una entrevista de trabajo próxima. Jill le dijo que estaba contenta de que le fuera bien. Buena suerte, le dijo, cuéntame como va todo.

Ella quería creer que Amad iba a estar bien. “Es mi hermano pequeño”.

Juntos, un último viaje a casa 

Como todos los domingos, Rosa fue a la iglesia el Día de las Madres. El pastor, Armando Leyva le pidió leer un salmo a la congregación. Se puso de pie y recitó el pasaje: “Somos su pueblo, las ovejas de su rebaño”.

Después del servicio, Leyva estaba ocupado hablando con los feligreses, pero se tomó el tiempo de saludar a su querida Rosita. Ella era una de sus fieles más devotas. Estaba presente en casi cualquier evento de la iglesia, donando lo que podía o participando como voluntaria, a veces incluso sostenía el cáliz para la comunión.

“No era madre, pero yo siempre le decía que ella era como una madre para todos nosotros”, dijo Leyva.

Uno de los pastores asociados de Leyva iba a reunirse con Rosa para almorzar al día siguiente, el lunes. Pero canceló la cita después de que el pastor le pidiera que cambiara el aceite de su automóvil. Rosa, siendo siempre muy sociable, no perdió un segundo. Se organizó para reunirse con una amiga en su casa para un desayuno tardío luego de que su esposo Manuel se fuera a trabajar.

Las dos mujeres platicaron y comieron hasta que llegó la hora de que su amiga se fuera a trabajar. Le ofreció un aventón a Rosa, pero Rosa no lo aceptó. Eran solo cinco cuadras, y las piernas de Rosa estaban adoloridas. Pensó que le vendría bien estirarlas.

Unos minutos antes de las 12:30 p. m. comenzó a caminar.

Eran cerca de las 4:00 p. m. cuando Manuel llegó a casa. Tuvo que desviar su camino para evitar una cinta amarilla de crimen que bloqueaba la calle 64 y la Avenida Obispo, a solo unas cuadras de su casa.

Policía de Long Beach en la 64 Street y Obispo Avenue, el lugar de la muerte de Rosa el 13 de mayo de 2019. Foto de Jeremiah Dobruck.

Cuando terminaba de comer el almuerzo que Rosa le había preparado esa mañana, dos detectives llamaron a la puerta de su casa. Lo primero que pensó es que estaban ahí para preguntarle si había visto lo que había sucedido en la calle. Les indicó que se acercaran a la puerta de un lado, donde Rosa había colgado devocionales y fotos de Jesús.

Manuel se sintió confundido cuando la primera pregunta fue acerca de Rosa. ¿La había visto? Pensó que tal vez había ocurrido un accidente no muy serio. Les dijo que no había visto a Rosa desde la mañana y que no sabía donde estaba.

Los detectives le pidieron entrar a la casa.

Manuel se sentó en un pequeño sofá en su sala de estar recubierta en paneles de madera. Los detectives se sentaron frente a él mientras seguían haciéndole preguntas sobre Rosa.

¿Qué llevaba puesto esta mañana? ¿Qué tipo de teléfono tenía? ¿Cómo era su bolso?

Le pidieron ver una foto de su esposa. Cuando se las mostró, los detectives se miraron entre sí. Manuel supo que algo estaba terriblemente mal.

Los detectives revelaron que alguien la había matado y que estaban inundando el vecindario para encontrar al culpable. Antes de que los detectives pudieran decir más, recibieron una llamada, se despidieron rápidamente y salieron corriendo.

Manuel aún no tenía idea de lo que le había pasado a Rosa. Aturdido, se sentó solo, sin siquiera poderse comunicar con la familia en México porque Rosa tenía su único teléfono y que ahora estaba en manos de la policía.

En poco tiempo, los equipos de noticias comenzaron a concentrarse en la acera conforme oscurecía, y corrió la voz a través de la red de amigos de Rosa. Los vecinos sorprendidos, caminaban frente a la casa, hablando entre ellos sobre el crimen de pesadilla.

Manuel escuchó a alguien decir que Rosa había sido golpeada hasta la muerte con un scooter. No les preguntó nada porque no quería escuchar las respuestas. “Me sentía enfermo”, dijo.

Más tarde, la policía le dijo a Manuel que habían arrestado al presunto asesino en una tienda de conveniencia Circle K, ubicada al otro lado de la calle del The Camp y a tres cuadras de la casa de la pareja.

Las cámaras de seguridad cercanas habían capturado la golpiza.

Los siguientes días fueron los más difíciles, dijo Manuel. Los amigos y vecinos, que vieron la foto de Rosa en la televisión comenzaron a inundar su casa. Dijo que no pudo dormir en toda una semana.

“La espera fue muy difícil”, dijo, recordando ese día. “La espera de más información, solo esperar y esperar”.

Las heridas de Rosa fueron muchas y graves. Al forense del condado de Los Ángeles tardó varios días en examinarla, recopilando evidencia para el anticipado juicio por el asesinato. El forense dijo que su cráneo había sido roto en fragmentos por el scooter Bird, con el que el asesino arremetió repetidamente como un mazo.

Una funeraria se llevó a Rosa después de la autopsia. Ahí, Manuel tuvo que decidir si quería un funeral con el ataúd abierto o cerrado.

El personal lo llevó a una habitación privada donde Rosa estaba siendo preparada para el funeral. Vestía un vestido azul con adornos dorados que los amigos de la familia habían elegido en Macy’s.

Los dolientes en la tumba de Rosa en Campanillas, México. Foto cortesía de Lorena López Manjarrez.

Rosa siempre había dicho que no quería que nadie la viera en un ataúd. Manuel bromeaba y le decía que no sería su decisión porque estaría muerta. Pero dadas las circunstancias, Manuel cumplió sus deseos.

“La vi muy destruida”, dijo. No quería que sus amigos la vieran así.

El cuerpo de Rosa fue llevado a Mazatlán y luego transportado a Campanillas para el último viaje de la pareja a casa. La llevaron a la casa donde había vivido su padre. El entierro fue programado para la mañana siguiente.

Cuando el sacerdote que presidiría el entierro se retrasó, Manuel decidió no esperar. La pequeña capilla del pueblo se desbordaba. Los dolientes reunidos rezaron el rosario y cantaron para Rosa una de sus canciones favoritas: “Eres flor, eres hermosa, eres perfumada rosa”. 

Fue depositaba en su sitio de descanso en un pequeño cementerio con sus padres.

Pena persistente, incontables “Y si…” 

Durante las apariciones en el juzgado de Long Beach, Amad a menudo llegaba con un chaleco antisuicidio. Su mirada desenfocada. Inmóvil, ligeramente hundido en su silla, el defensor público lo arrastraba a través del proceso.

Recientemente, cuando el juez le hizo una pregunta de procedimiento, Amad se quedó mirando fijamente hacia el frente, sin hablar. Su abogado, Nikhil Ramnaney se inclinó a su oído y le dijo: “Solo di que sí”.

Durante los meses transcurridos desde que Amad fue arrestado, Ramnaney ha estado rastreando el pasado de su cliente a través de registros médicos y policiales. Ha llegado a creer que Amad fue abandonado, lo arrojaron a la cárcel cuando debería haber recibido tratamiento por problemas mentales.

“Parece que no se hizo nada en muchos momentos críticos”, dice Ramnaney. “Por qué no hubo alguien, del personal, un médico, alguien que dijera: “¿Cuál es el plan? ¿Qué recursos tenemos?”

Amad Redding, con sus manos aún encadenadas, saliendo de una corte de Long Beach el 13 de junio de 2019. Foto de Bill Alkofer.

En agosto, Ramnaney le dijo al tribunal que Amad no tenía las facultades mentales para ser juzgado por asesinato, una opinión que el juez compartió después de revisar los informes que los médicos designados por el tribunal entregaron. Amad, que se declaró inocente, pronto sería trasladado a la cárcel del condado, probablemente para ser encerrado en institución psiquiátrica administrada por el estado.

Esta vez, Amad permanecería ahí hasta que estuviera lo suficientemente bien para enfrentarse al jurado.

Manuel, por su parte, no sigue de cerca la saga legal.

En esta día en particular, meses después de la muerte de su esposa, Manuel está sentado en la mesa de la cocina, pasando un dedo por la foto de Rosa vistiendo una chaqueta rosa. Le toca las mejillas, la nariz, su mandíbula, todo destruido por la fuerza del scooter.

Dice que perdona al hombre acusado de infligir todo esto.

“¿Qué puedo decir excepto que Dios perdona?”

Manuel en su hogar en el norte de Long Beach, donde vive ahora solo, el 1 de agosto de 2019. Foto de Thomas R. Córdova.

Si Amad logra regresar a la sala del tribunal, Manuel no tiene intenciones de estar ahí. Dice que teme que el diablo lo tiente a vengarse si se encuentra cara a cara con el presunto asesino.

Estos días, Manuel se reúne con su terapeuta una vez a la semana mientras trata de lidiaron con vivir solo. Tuvo que dejar de pensar en las pequeñas decisiones aleatorias que conspiraron para poner a su esposa en peligro en ese único momento en el tiempo.

¿Y si el pastor asociado no hubiera cancelado su almuerzo con Rosa? ¿Y si Rosa hubiera aceptado que su amiga la llevara? ¿Y si simplemente hubiera caminado por la calle siguiente?

A veces, así es el destino, dice Manuel. “Tienes que estar consciente de que no hay forma de arreglar lo que pasó”.

 

Reportero
Jeremiah Dobruck

Gerente de proyecto
Joel Sappell

Reportaje adicional y traducción de entrevistas en español con Linda Lorena López Manjarrez y Manuel Hernández
Stephanie Rivera

Diseño y estilo
Dennis Dean

Fotografía
Stephen Carr
Bill Alkofer
Michael Democker
Thomas R. Cordova

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Jeremiah Dobruck is managing editor of the Long Beach Post. Reach him at [email protected] or @jeremiahdobruck on Twitter.